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Parasha, comentario del Rabino Jonathan Sacks y Haftara Itro


Parasha Itro

Libro Shemot / Éxodo (18:1 a 20:23)

Resumen de la Parasha

Itró sacerdote de Midián y suegro de Moshé supo de todo lo que Hashem había hecho por Moshé y el Pueblo de Israel sacándolos de Egipto. Tziporá, esposa de Moshé, junto a sus hijos Guershom y Eliézer, regresaron a Midián. Itró posteriormente los llevó a Refidim, lugar donde estaba acampado el pueblo. Itró reconoció el poder del Todopoderoso y Le brindó sacrificios. 

Itró aconsejó a Moshé que nombrara jueces que lo ayudaran a juzgar, que él sea sólo el representante del pueblo ante el Eterno. Así hizo Moshé e Itró regresó a Midián.

Transcurrieron tres meses de la salida de Egipto y los Bnei Israel llegaron al desierto de Sinai y acamparon frente al monte. Moshé subió al monte y el Eterno le dijo que instruyera al Pueblo para que recordara como Él los liberó de Egipto. Asimismo, señaló que si el pueblo Le oyese y mantuviera Su pacto, sería un "reino de sacerdotes y un pueblo santo".  Moshé descendió del monte y transmitió esas palabras a los ancianos y al pueblo. El pueblo respondió: "Haremos todo lo que dijo el Eterno".  Hashem le indicó a Moshé, que Él aparecería como una densa nube y de ese modo hablaría a todo el pueblo. Los Bnei Israel debían prepararse en tres días para recibir la Torá y Él bajaría al monte de Sinai. Nadie debía acercarse al borde del monte, ya que el que lo hiciera moriría.

El seis de Siván, o sea, después de transcurridos los tres días, hubo truenos y relámpagos y una espesa nube se posó sobre la cima del monte, con humo y fuego. Se oyó un fuerte sonido de cuerno, que se intensificaba. El pueblo se acercó al pie del monte y Moshé subió a la cima.

Se produjo el momento en que el mundo sufriría un cambio histórico, al recibir todos los humanos las raíces de comportamiento moral y religioso, para la eternidad.

El Todopoderoso ordenó Sus palabras, en los Diez Mandamientos:

 1.- Yo soy el Eterno, tu Hashem, que te saqué de la tierra de Egipto...

 2.- No tendrás otros dioses delante de Mí...

 3.- No pronuncies el nombre del Eterno, tu Hashem, en vano...

 4.- Acuérdate del Shabat para santificarlo...

 5.- Honrarás a tu padre y a tu madre...

 6.- No matarás

 7.- No cometerás adulterio

 8.- No robarás

 9.- No levantarás falso testimonio contra tu prójimo

10.- No codiciarás la casa de tu prójimo

El pueblo sintió gran temor por lo que estaba presenciando y pidieron a Moshé que él hablara en lugar del Todopoderoso, pues temían morir. 

Luego Moshé se acercó a la espesa oscuridad y recibió una cantidad de leyes, preceptos sobre el culto divino, prohibición de idolatría, erigir un altar de tierra para ofrendar sacrificios al Eterno, y la prohibición al sacerdote de ascender al altar por una rampa, sólo por escalones. 

? Justicia o Paz

Rabino Sacks Z"L  por el

La parashá de Itró, que contiene la revelación Divina más grande de la historia, la del Monte Sinaí, comienza con una nota que es humana, demasiado humana. Itró, el sacerdote de Midián, decide ver cómo está funcionando su yerno Moshé con el pueblo al que está liderando. Comienza diciendo lo que oyó Itró (los detalles del éxodo y de los correspondientes milagros), y sigue con la descripción de lo que vio Itró, cosa que le produjo una intensa preocupación.

 Vió que Moshé estaba conduciendo al pueblo él solo. El resultado era malo para Moshé y malo para el pueblo. Esto es lo que dijo Itró:

Y le dijo el suegro de Moshé a él: “No está bien lo que haces” Ciertamente te agotarás – tú y también este pueblo que está junto a ti – , pues es demasiado pesada para ti esta tarea, no podrás hacerla solo. Ahora escucha mi voz. Te aconsejaré y que Dios esté contigo. Serás tú un representante de Dios, y tú transmitirás los asuntos a Dios. Los preventirás respecto de los decretos y las enseñanzas, y les harás conocer la senda por la que deben ir y los actos que deben realizar. Y tú disignaras entre todo el pueblo a hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces, que desprecien el provecho monetario, y los designarás líderes de millares, líderes de centenares, líderes de cincuentenas y líderes de decenas. Y juzgarán al pueblo en todo momento, y todos los asuntos importantes traerán a ti y todos los asuntos de menor importancia los juzgarán ellos, y así más fácil te resultará, y ellos llevarán la carga junto a ti. Si esto haces y te lo ordena Dios, entonces podrás soportar, y también todo este pueblo a su destino llegará en paz. (Ex. 18:17-23)

            Moshé debe aprender a delegar y a compartir el peso del liderazgo. Es interesante consignar que la frase “lo que estás haciendo no está bien (lo tov)” aparece sólo aquí y en otro lugar en la Torá: en Gen.2: 18 donde dice que “no es bueno que el hombre esté solo.” Nosotros no podemos liderar solos; nosotros no podemos vivir solos. Ese es uno de los axiomas de la antropología bíblica. La palabra bíblica que designa a la vida, haim, está en plural para denotar que la vida es esencialmente compartida. Dean Inge definió en una oportunidad a la religión como “lo que hace un individuo con su propia soledad.” Ese no es un pensamiento judío. Sin embargo fue el estudioso del siglo XIX Netziv (R: Naftali Zvi Yehuda Berlin) el autor de una inesperada e incluso contra-intuitivo observación al respecto. Comenzó planteando la siguiente cuestión: es fácil entender cómo el consejo de Itró ayudó a Moshé. El trabajo era excesivo. Él terminaba extenuado. Necesitaba ayuda. Lo que no es tan fácil de entender es su comentario final: si, con el permiso de Dios, delega, “para que también toda esta gente pueda llegar a su lugar en paz”. La gente no estaba extenuada; lo estaba Moshé. Entonces cómo podían resultar favorecidos por un sistema de delegación? El caso del pueblo sería escuchado – pero no por Moshé. Cuál era su ventaja con esto? (Harchev Davar para Éxodo (18: 23).

            El Netziv comienza citando el Talmud, Sanhedrin 6a. El pasaje es sobre lo que los sabios llaman bitzua, o lo que luego se conoció como peshará, compromiso. Es la decisión por parte del juez en un caso civil para lograr una solución basada en la equidad, más que aplicando la ley en forma estricta. No es demasiado distinto a la mediación en la cual ambas partes aceptan una resolución que ambos consideran equitativa, independientemente de que esté basada en estatutos o precedentes. Desde una perspectiva distinta, es una modalidad de resolución de conflicto en la cual ambas partes salen ganando, más que la pura administración de justicia en la cual una de las partes gana y la otra, pierde. El Talmud quiere saber: esto es bueno o malo? Debe adoptarse o evitarse? Esta es parte del debate: Rab Eliezer, hijo de José el Galileo dijo: está prohibido mediar…en vez, que la ley perfore la montaña (que es como decir “que la suerte caiga como sea”). Por lo tanto el lema de Moshé era: que la ley perfore la montaña. Aarón, en cambio, era un amante de la paz, perseguía la paz y hacía la paz entre la gente…Rab Juda ben Korja decía: es bueno mediar, pues está escrito (Zacarías 8: 16), “Ejecuta el juicio de la verdad y la paz en tu ciudad.” Con certeza donde hay justicia estricta no hay paz, y donde hay paz no hay justicia estricta! Cuándo coexisten entonces la justicia y la paz? Debemos decirlo: cuando hay mediación.

            La ley sigue a Rab Juda ben Korja. Está permitido, es en verdad preferible, mediar – con una condición, que el juez no sepa aún quién tiene razón y quién no. Es precisamente esa incertidumbre en la etapa inicial de la audiencia que permite que se arribe a una resolución equitativa favorable por sobre una estrictamente legal. Si el juez ha arribado ya a un claro veredicto, sería supresión de justicia de su parte favorecer una solución de compromiso.

Aplicando ingeniosamente este principio a los israelitas en el tiempo de Moshé, el Netziv puntualiza que – como dice el Talmud – Moshé prefería la justicia estricta a la paz. No era hombre de arreglar o mediar. Además, siendo el más grande de los profetas, sabía casi inmediatamente cuál de las partes era inocente y cuál culpable; quién tenía el derecho de su lado y quién no. Por eso era imposible que mediara, ya que solo es admisible para el juez que no ha llegado aún al veredicto, que en el caso de Moshé era casi instantáneo.

De ahí la sorprendente conclusión del Netziv. Delegando la función judicial a los estratos inferiores, Moshé atraería a gente común  –  sin dotes especiales legales ni proféticas – a los sitiales del juzgado. Precisamente porque carecían del conocimiento intuitivo de la ley y la justicia, estaban en condiciones de proponer soluciones equitativas, y una solución equitativa es aquella en la cual ambas partes sienten que han sido escuchadas; ambas salen ganando; ambas sienten que el resultado es justo. Eso, como dice el Talmud más arriba, es la única forma de justicia que además crea la paz. Es por eso que la delegación de los juicios no sólo ayudaría a Moshé a evitar la extenuación; además ayudaría a “toda esta gente” a “arribar a su lugar en paz.”

Qué idea profunda es esta. Moshé era el Ish ha-Elokim (Salmo 90: 1), el supremo hombre de Dios. Sin embargo había algo, según insinúa el Netziv, que él no podía hacer, que otros – menos grandes que él en todos los aspectos – podían lograr. Podían llevar la paz a las partes en disputa. Podían crear formas no violentas, no coercitivas de resolución de conflictos. Sin conocer la ley con la profundidad de Moshé, sin tener su sentido intuitivo de la verdad, debieron ejercitar, en vez, la paciencia. Tuvieron que escuchar a ambas partes. Tuvieron que arribar a un veredicto equitativo que ambas partes sintieran como justo. Un mediador tiene dotes distintas a las del profeta, el libertador, el dador de la ley – más modestas, quizás, pero en algunos casos no menos necesarias.

No es que se prefiera un tipo de carácter sobre otro. Ninguno – y por cierto no el Netziv – consideró a Moshé otra cosa que el más grande de los líderes y profetas que ha tenido Israel. Es más bien que ningún individuo puede tener todas las virtudes necesarias para sostener a un pueblo. Un sacerdote no es un profeta (aunque algunos, como Samuel y Ezequiel eran ambas cosas). Un rey debe tener virtudes distintas a las de un santo. Un líder militar no es (aunque más adelante en su vida lo pueda ser) un hombre de paz.

Lo que surge al final de este tren de pensamientos que pone en marcha el Netziv, es la profunda significación de la idea de que no podemos vivir ni liderar solos. El judaísmo no es una fe concertada en la privacidad del alma del creyente, sino que es una fe social. Es sobre las redes de las relaciones. Trata de familias, comunidades y en última instancia de una nación, en la cual cada uno de nosotros, grande o pequeño, tiene una función que cumplir. “No desprecies a nadie ni desdeñes nada”, dijo Ben Azzai (Avot 4: 3) “pues no hay nadie a quien no le llegue su momento, y nada que no tenga lugar.” Había algo que los individuos comunes (cabezas de miles, de cientos, de decenas) podían lograr que no podía hacer Moshé pese a toda su gloria. Es por eso que una nación es más grande que cualquier individuo, y por qué cada uno de nosotros tiene algo para aportar.

En Parashat Itro leemos acerca de la maravillosa revelación de la Torá por parte de D´s. Los israelitas estaban asombrados al experimentar la presencia de D´s: “Todo el pueblo vio los truenos y relámpagos, el estruendo del cuerno y la montaña humeando; retrocedieron y se mantuvieron a distancia” (Shemot 20:15)
Parece coincidencia (dudo que existan), porque la sección de nuestra Haftará para esta semana nos acerca otro relato de una experiencia religiosa: la primera visión de Isaías, en la que le fue anunciado que sería profeta de Israel. En la visión de Isaías, D´s está sentado en un trono en lo alto, rodeado de asistentes que son criaturas de seis alas. Estas criaturas, llamadas serafines, se gritan entre sí: “¡Santo, santo, santo! ¡El Señor de los Ejércitos! ¡Su presencia llena toda la tierra! “(Isaías 6:3). Estas líneas se han incorporado a nuestra liturgia en la oración de la “Kedushá”.
Nos cuentan que mientras los Serafines se gritan entre sí, los postes de las puertas temblaban y la casa de D´s se llenó de humo. Isaías está entre sorprendido y avergonzado diciendo: “¡Ay de mí! ¡Estoy perdido! Porque soy hombre de labios inmundos, y vivo en medio de un pueblo de labios inmundos; sin embargo, mis propios ojos han visto al Rey, Señor de los Ejércitos” (6: 5).
A pesar de la vacilación y las dudas de Isaías, su iniciación continúa. Un Serafín toma un carbón y se lo acerca a sus labios, declarando que con esta acción sus errores son purgados. Entonces D´s se dirige directamente a Isaías y le pregunta: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Isaías se ofrece como voluntario: “Aquí estoy; envíame”(6: 8).
¡Shabat Shalom!
Wally Liebhaber

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